El placer, la tristeza, la depresión, el miedo, el enojo, la
hostilidad, la ansiedad, son emociones que dan ciertas
tonalidades a nuestra vida cotidiana, que enriquecen
cada una de nuestras experiencias y nos permiten
aplicar el conocimiento obtenido con pasión y carácter.
Cuando la intensidad y características de estas emociones
salen de los valores “normales” o fisiológicos, se presentan desórdenes emocionales, los cuales constituyen
un gran número de enfermedades mentales, por
ejemplo la depresión, las psicosis y los trastornos de
afectividad.
Según E. Kandel (2000), el estado emocional de
los humanos está compuesto por un elemento evidente
caracterizado principalmente por las sensaciones físicas
y otro caracterizado por un sentimiento concreto
(por ejemplo, cuando se tiene la sensación de “pesadez”
en el corazón, concretamente se siente miedo: es decir,
se interpreta una sensación).
En resumen, para mantener
una distinción semántica entre ambos términos,
el término emoción a menudo es usado para referirse
sólo al estado corporal (estado emocional, como por
ejemplo una alteración en la frecuencia cardíaca y
respiratoria, la contracción y relajación involuntaria de
los músculos faciales y la emisión de sonidos), mientras
que el término sentimiento se refiere únicamente
a una sensación concreta (como pueden ser el miedo,
la alegría, la ira, la tristeza, el placer o la ansiedad).
De esta forma, los
sentimientos concretos están regulados por la corteza
cerebral, en parte por la corteza cingulada y la corteza
orbitofrontal. Los estados emocionales están regulados
por un conjunto de respuestas periféricas, autónomas,
endocrinas y esquelético-motoras.
Estas respuestas involucran estructuras subcorticales,
tales como la amígdala, e
El hipotálamo y el tallo
cerebral. Ante la sensación de terror, no sólo se siente
miedo sino que también se experimenta un aumento
en la frecuencia cardiaca y respiratoria, la boca se seca,
se tensan los músculos, sudan las palmas de las manos
(Carey, Ariniello, & McComb, 2002).
Para entender una emoción como el miedo, es necesario
entender primero la relación entre el sentimiento
cognitivo representado en la corteza cerebral y los
signos fisiológicos asociados regulados por las áreas subcorticales (Kandel, 2000).
Siguiendo este orden de ideas, un estímulo emocional
con una intensidad significativa activa sistemas
sensoriales que envían la información hacia el hipotálamo,
el cual genera una respuesta capaz de modular
la frecuencia cardiaca, la tensión arterial y la frecuencia
respiratoria.
Al mismo tiempo, la información de este
estímulo es llevada hasta la corteza cerebral, de modo que el estímulo y la información son llevados indirectamente
desde los órganos periféricos (los cuales
perdieron su estado homeostático debido al estímulo)
y directamente desde el hipotálamo, la amígdala y las
estructuras relacionadas.
De manera simultanea, la información
del estímulo se lleva a la corteza cerebral,
indirectamente desde los órganos periféricos (los cuales,
perdieron su estado homeostático debido al estímulo)
y directamente desde el hipotálamo, la amígdala y
estructuras relacionadas (Purves, 2004).
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